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CUENTOS de la GUDINA 

Manuel MORENO BLANCO
Editorial Cervantes. Salamanca 1977

"La Rivera Crecida"



Venía el caminante de Cabeza de Framontanos y se dirigía a Vitigudino. Llovía torrencialmente. Era víspera de los Santos y caía agua como casi siempre en esta tierra por esas fechas: "la llena de los Santos tiene que vener, ocho días antes u ocho días después". Pasó por la Zarzita, la Zarza de D. Beltrán, pero allí no había posada. Paisaje de robles y robles. No paró debajo de un roble. Recordó un refrán que venía al caso, como anillo al dedo: “el que se mete debajo de hoja, dos veces se moja”. La cabalgadura era buena para aquellos caminos: una mula fuerte, bien alimentada, noble y andariega. Rompía por el terreno blando aunque se le hundieran las patas, atravesaba los regatos sin recelo y buscaba el camino menos malo. El caminante confiaba y se fiaba de un animal tan inteligente y sin falsía. Pasado Robledo, tuvo que cruzar una pequeña rivera; pequeña es un decir, era pequeña normalmente, pero en aquel momento la rivera iba grande. No obstante se decidión, la había pasado muchas veces, conocía el vado, sabía que la mula encontraría fondo bueno y confiaba en sus fuerzas. ¡Adelante! La mula se metió en la rivera, el agua iba subiendo, subiendo, hasta alcanzar la barriga del animal, la mula resistía bien y poco a poco el agua fue bajando o la mula subiendo y fue mayor la confianza. Al fin llegó a la orilla. La mula se sacudió el agua que la había mojado hasta el vientre. Siguieron el camino de Sanchón, pero antes de llegar, debía atravesar una importante rivera que llevaba una gran crecida, el agua casi rebasaba la puente. No se podía atravesar. Tuvo que dar la vuelta y regresar a Robledo. Llegó al pueblo cuando la noche avanzaba amenazante, oscura y torrencial. El hombre se dirigió a una casa y se apeó de la mula.

       -¿Hay posada?
       -Pase usted, -dijo una voz femenina.



La mujer apareció en la sobrepuerta y le indicó:

       -Dé la vuelta y lleve la mula a ese corral, allí está la cuadra.


El hombre, con la mula de rabero, fue al corral, abrió la puerta y atravesando el piso de estiércol, llegó a una tenada en la que estaba la puerta de la cuadra. Abrió, tiró de la caballería, la quitó la albarda, la dejó tapada con una manta y la ató a una argolla que había en la pesebrera. Atravesó el corral otra vez y entró en el cuerpo del edificio.

       -Pase usted a la cocina, -dijo la voz femenina- y séquese que hay buena lumbre.

En la cocina, algo oscura por lo nublado del día y la hora ya avanzada de la tarde, apenas pudo percibir un bulto junto a la lumbre.
       -Buenas tardes, -dijo saludando a la posible persona que fuera el bulto.
       -Buenas tardes, -respondió una voz de hombre-. ¿Qué, se ha mojado?
       -No mucho, poprque tengo un buen tapabocas que escurre bien el agua, únicamente algo las piernaas y los brazos que siempre se destapan.
       -Bueno, amigo, pues acérquese a la lumbre que se agradece.


A continuación sonó la frase tópica de los extraños en una posada.
       -¿A dónde se camina?
      -Voy a Vitigudino y vengo de La Cabeza de ajustar un poco de lana, soy lanero. Pasé Robledo y luego la rivera que venía con un buen sorbo, pero al llegar a la de Sanchón tuve que volverme; el agua casi rebasaba la puente. Esperaré un poco a ver si escampa y baja la rivera y aunque sea de noche me marcharé, porque estoy cerca de casa y hay buena luna. Si escampa y baja el agua un poco, echaré la mula por la rivera y yo pasaré por la puente, el vado es bueno y la mula resiste bien.


El compañero se le quedó mirando como si quisiera decir algo que no fuera del todo adecuado. Por fin se decidió:
       -Mire amigo, perdone si me meto en sus cosas, pero no puedo callarme, ando por el mundo, soy vinatero y riberano y conozco muchas cosas de estas tierras. Yo no saldría una noche como esta que no promete nada bueno.

      -No, si no saldré de aquí hata que no deje de llover y la luna esparza los nublados. Esperaré un rato para dar tiempo a que baje algo el agua.
       -Pero aún así, aún así yo no saldría.
      -Pero hombre, ahora ya no hay partidas de ladrones como dicen que había antes. Además yo no llevo dinero.
       -No, no, el peligro no está en los ladrones, que yo también creo que no los hay, el peligro, amigo mío, está en las brujas. ¡Sí, sí, en las brujas! …

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